10.. Martirio de muerte

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Lamo la entrepierna esquelética de esa señora palidecida
de ojos negros profundos sin párpados,
grita a los mil demonios el momento
mientras el lodo volcánico cubre mis pies encadenados
al mástil de la cruz.

Nada excita esa boca sin labios,
son besos secos y amargos;
inquina voraz.

Succiona mi lengua húmeda,
deja arena en mi boca que no puedo escupir;
se convierte en agua oscura de pantano,
la trago para cesar la vida intoxicado,
alejarme del tormento con su veneno,
sólo provoca un leve mareo,
adormece mi cuerpo,
quedo tendido en sus brazos,
me lleva a su pecho,
me acaricia lenta y fuertemente
y no siento cuando rasga mi piel.

Desencadena mis pies ardidos,
me clava en la cruz del salvador
y se retira tres pasos para observar
a los murciélagos vampiros lamer mis heridas.